domingo, 18 de septiembre de 2016

Debate

Guardo por aquí un artículo y dos respuestas a éste, que plantean un debate de múltiples aristas. A mi me interesa en particular la cuestión de si es necesario dejar de lado cuestiones como los principios de legalidad y presunción de inocencia, y el de monopolio de la violencia por parte del Estado.

Artículo de Maria Rovira (concejal de la CUP Capgirem Barcelona)
Respuestas de Empar Moliner y Bernat Dedéu

sábado, 12 de marzo de 2016

Gentrificación

En su libro Matar al chino, Miquel Fernández explica (pp. 129-130) como se produce la gentrificación:

El protocolo que se utilizará en esta intervención será recurrente en los sucesivos planes urbanísticos pensados para zonas habitadas poco rentables económica o políticamente. La estrategia era la de provocar confusiones convirtiendo hechos particulares en generales, disfrazando intereses privados como si fueran colectivos y estigmatizando o ignorando completamente la presencia de los afectados por las reformas. Los grandes proyectos urbanísticos en esta nueva época empiezan a gestarse cuando se atribuye a un barrio determinado una centralidad y, por lo tanto, una nueva posibilidad de producir plusvalías inmobiliarias. 
Seguidamente, se aprovecha algún hecho infamante ocurrido en el barrio para iniciar una campaña de descrédito y estigmatización por parte de los medios de comunicación que colabore en la definición de la zona como «hostil» o «problemática» y que, en consecuencia, reclama una intervención contundente. Dicha contundencia suele expresarse fatalmente con el proyecto de destrucción de fincas o de manzanas enteras, que deberá «higienizar» o «esponjar» el terreno.  
Las expropiaciones e indemnizaciones a los vecinos también suelen estar rodeadas de sospechas sobre la insuficiencia o el regateo de los recursos destinados y las garantías para mantener a estos habitantes afectados en el barrio. Una vez «esponjada» la zona, se construyen equipamientos y nuevas viviendas destinadas al consumo de población con niveles adquisitivos progresivamente más elevados que la de los residentes históricos. Y, finalmente, empieza a desembarcar esa nueva población con un mayor poder adquisitivo. Éste será el último paso para hacer irse a los vecinos que aún no lo han hecho, como resultado directo de las expropiaciones o indemnizaciones mencionadas.


Puede encontrarse información complementaria en este artículo, que el autor escribió con pseudónimo en 2011.



sábado, 27 de febrero de 2016

Chivo expiatorio

En el Cultura|s del 6 de febrero, Tamara Djermanovic escribe un reportaje sobre Svetlana Aleksiévich, Nobel del alma noble, donde relata lo siguiente:

La autora recuerda la historia de una anciana en un pueblo pequeño a la que veía siempre excluida de todas las celebraciones populares; al final se enteró que esta mujer, en la guerra, para salvar a la gente del pueblo cuando todos huyeron de los alemanes y estaban escondidos junto a un pantano, decidió ahogar a la más pequeña de sus cinco hijas que no dejaba de chillar, para que no les delatara.

sábado, 20 de febrero de 2016

Un sello europeo

Un momento  memorable de Viento y joyas, la segunda parte de El día del Watusi, es la presentación en sociedad del himno del Partido Liberal Ciudadano, compuesto por su fundador, don Carlos del Escudo y de la Lanza, e interpretado a los postres de un banquete en el Ritz de Madrid por "las voces del coro del Orfanato de la Infanta Berroqueña acompañado de músicos de mucha calidad".

La letra del himno dice así:

Liberal, liberal, liberal.
Que corra el aire puro y la amistad.
Que el ave haga su nido.
Que el niño toque el pito.
Que el anciano muera alegre en libertad.

Ciudadano, ciudadano, ciudadano,
dale a tu vecino una mano
y trabaja por la nueva España,
que vive como nunca en libertad.

Ahora, ahora, ahora, ahora, ahora,
arribó por fin la exacta hora.
Que no cunda la congoja:
la democracia cual locomotora
se abre paso por Europa en libertad.

"Chinpún. Aplausos, susurros, miradas, cabezas inclinadas, rostros, rostros, rostros. Ni una carcajada."

sábado, 30 de enero de 2016

El Código Da Vinci visto por Francisco Casavella

La presentación ayer de la nueva edición de El día del Watusi en la Llibreria Calders me hizo recordar esta crítica al Código Da Vinci que Francisco Casavella publicó el 17 de enero de 2004 en EL PAÍS, que se transcribe a continuación.

No se hacen bastantes críticas así...

"La teoría social de la conspiración es una consecuencia de la falta de Dios como punto de referencia, y de la consiguiente pregunta: ¿quién lo ha reemplazado?". Esa importante cuestión, formulada por Karl Popper en 1969, inducido por la sensación de "perspicacia extrema" entre los "conspiranoides", es un asunto que el género novelístico venía planteándose desde el siglo XIX, uniendo al quién otros factores importantes: el cómo y el desde cuándo. Curiosamente fue el folletín, el cual basaba su atracción y su éxito en el hecho de relatar situaciones formidables mediante personajes formidables, el modelo literario que predijo la sustitución tanto de la idea de Dios como de su oponente, la idea que encarna el realismo, con las aventuras de tipos de todas las épocas sumergidos en la conjura, el secreto y lo oculto. El Joseph Balsamo de Alejandro Dumas sobre el personaje de Cagliostro o El judío errante, de Eugenio Sue, aunque sólo deseasen atraer al público con material inaudito, especulan sobre la existencia de cultos secretos a lo largo de una historia secreta. Ese folletín conspiratorio, elevado a la categoría de arte, es lo que hace de Los demonios, de Dostoiesvki, el eje, el antes y el después de un cierto tipo de novela que combina ardides en la sombra con una investigación psicológica y metafísica.

Se ha hablado poco de la notable influencia que la teosofía, un remedo más o menos serio de rosacrucismo y espiritismo, ejerció sobre la novela a principios del siglo XX. Contra la influencia de uno de sus más famosos discípulos, Aleister Crowley, está escrita El hombre que fue Jueves, la obra maestra de G. K. Chesterton sobre conspiradores, logias, señas y susurros. De modo paralelo, el realismo, al ir dando cuenta de la locura progresiva del mundo, integra en sus filas a dos escritores cuya obra logra que la narrativa popular se integre en la culta como factor crucial. Hablo de Nathanael West y Roberto Arlt. De las fuentes narrativas del segundo, Ricardo Piglia ha señalado una serie de rasgos que son aplicables al primero: impacto de las ficciones públicas, invención de los hechos, fragmentación del sentido y lógica del complot. Éstas serán las armas fundamentales de los escritores que abunden, desde la posguerra, en una investigación narrativa de la lógica paranoide y de su historia: el Borges de La muerte y la brújula, los estadounidenses Gaddis, Pynchon, Mailer, Coover y DeLillo, el italiano Sciascia o el Anthony Burguess de Los poderes terrenales. A este grupo se pueden sumar tres ejemplos de novela popular que trasciende sus presupuestos al introducir magníficamente en sus tramas las preguntas sobre los quién, los cómo y los desde cuándo. Me refiero a la obra completa de Philip K. Dick y a las singulares El gran reloj, de Kenneth Fearing, y El percherón mortal, de John Franklin Bardin. De esta corriente, y teñida de sesentayochismo y el resto de "ismos" que se arrastran con su caudal, se derivan dos líneas de novela conspiratoria. Una dura, que encarnaría como nadie el propio Ricardo Piglia, y otra más ligera y tardía de la que dan ejemplo, algo afectado de síndrome de Estocolmo, las sucesivas cofradías italianas Luther Blisset y Wu Ming. Aunque no lo reconozca, esta última escuela tiene como maestro al piamontés Umberto Eco, el cual, por azares mercantiles, convirtió la práctica de un juego culto en best seller. Aunque su obra más lograda sea El nombre de la rosa, la más influyente para el asunto que nos atañe es El péndulo de Foucault, una novela que pretende, y muy seriamente, decir la última palabra sobre la conspiración de tipo ocultista y su historia secreta. Aunque, según mi criterio, no logra su objetivo ni en cuanto a artefacto popular ni artístico, se trata de un intento inteligente elaborado por un escritor inteligente. De eso, no cabe duda. El gran problema es que esa obra, y los tiempos, dieron paso a otros productos con inevitable vocación comercial que bajo los lemas "increíble, pero cierto" y "enseñar deleitando" provocan el tedio y divulgan la ignorancia fundamental de sus autores: un infrafolletín del siglo XXI. Primero fue Katherine Neville y El ocho. Ahora le toca a El código Da Vinci: el bodrio más grande que este lector ha tenido entre manos desde las novelas de quiosco de los años setenta.

Y el problema de El código Da Vinci no es que tienda al grado cero de escritura. Ni que sea aburrido, prolijo donde no debiera, torpe en las descripciones y en la introducción de datos sobre ese interesantísimo y originalísimo misterio en torno al Santo Grial, Leonardo y el Opus. Tampoco es un problema que repita esos datos en páginas contiguas para que hasta un hipotético "lector muy tonto" llegue a asimilarlos. Ni que escamotee ciertos fundamentos de la trama del modo más grosero hasta que resulten útiles y entonces se les haga aparecer del modo más burdo. Ni importa que las frases sean bobas, y bobas sean también las deducciones de unos protagonistas de quienes se nos comunica, pero no se nos describe su inmensa inteligencia. Ni que su autor carezca de la mínima "astucia narrativa", y no lo comparo ahora con Chesterton, sino con una anciana a la que han timado en la pescadería e intenta atraer nuestra atención con cierto suspense en el relato. Tampoco importa que los diálogos carezcan de toda naturalidad, sino que cometan la aberrante indecencia de que ni se finjan comunicación entre personas, que se dialogue con el único objeto de que el lector sepa lo instruido que es el autor. También se puede pasar por alto que el autor no sea, al fin y al cabo, instruido. Se puede perdonar todo, lo que no se puede perdonar es que esta novela se promocione, y no sólo por los canales publicitarios convencionales, como un producto de cierto valor. Para entendernos, Dan Brown y su código tienen que ver con la novela popular lo que Ed Wood con el cine. Es completamente legítimo, aunque no siempre sea idóneo, que una editorial se preocupe por la comercialidad de sus productos y todos nos alegramos de un éxito, pero no se puede insultar a una tradición de grandes artistas y de artesanos competentes con algo tan miserable. Y no puedo dejar de felicitar a las editoriales de todo el mundo que en su día rechazaron la publicación de esta infamia y ahora no se arrepienten. Es la demostración de un resto de dignidad, no sólo en el mundo editorial, sino en el sistema mercantil.


viernes, 1 de enero de 2016

Breakfast in America (2)

Último desayuno del año: tortilla de tres huevos con nuggets de polenta y tostadas. Para acompañar la tortilla y la polenta, salsa de tomate, y mantequilla y mermelada para las tostadas. El café es falso, y por tanto te sirven tanto como quieras.